El otro día estaba viendo la edición digital de un diario marplatense, donde mostraban la clásica foto de la segunda quincena de enero. Se podía ver claramente el mar… de gente atiborrada en la misma playa!!
Entonces, una pregunta comenzó a retumbar en mi mente: qué es lo que lleva a toda esa gente a someterse voluntariamente a una variedad de torturas inimaginables?? Tortura visual, auditiva, olfativa y táctil que implica compartir el mismo metro cuadrado de playa que ocho familias más.
Soportar estoicamente la invasión de tropas y tropas de gente que con sus sombrillas chillonas, reposeras, banquitos, tohallones multicolor, esterillas, gorros, sombreros y/o viseras, equipos de mate, bolsos playeros a rayas o con estampado de palmeras, pelotas, paletas, el tejo, los pibes, la abuela, la tía y la madrina, corren raudamente en busca de un minúsculo espacio donde clavar la sombrilla… sinceramente no lo puedo entender.
El olor a mandarina proveniente de la familia vecina, el peligro de las famosas sombrillas voladoras, el clásico pelotazo en el medio del mate recién cebado o que los adorables chiquillos te llenen de arena los “sanguchitos” cuando pasan corriendo, son cosas que definitivamente no estoy dispuesta a soportar en mis vacaciones.
Es que no son acaso las vacaciones para descansar, relajarse y recargar energías para otro largo año laboral?
La verdad es una intriga que me carcome, me encantaría acercarme a algunas de esas personas que deciden compartir el mismo punto geográfico que 30.000 almas más y preguntarles ¿¿PORQUÉ??
El problema es que cuando me voy acercando a la multitud y siento que poco a poco la masa me absorbe, no puedo evitar salir corriendo presa del pánico y nunca llego a hablar con nadie.
Así que si alguno de ustedes, mis queridos lectores, son de los que goza de las multitudes playeras, les pido por favor que me cuenten sus argumentos.
Hasta la próxima y felices vacaciones!
La Tana Ribelle